El lector ha de saber que los textos que lee no son más que un diminuto fragmento de la verdadera historia que el escritor le quiere contar y hacerle llegar.
El escritor ha de saber que los textos que escribe no son más que un burdo reflejo de lo que realmente siente y que a su pesar no expresa siempre.
Pero la musa, aquella que el escritor idolatra y el lector imagina, seguramente nunca llegará a saber que los textos que ella inspira no son más que una pequeña muestra de todos esos sentimientos que el amante alberga y que tan sólo plasmar en palabras consuela.